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26 mayo 2021

La transición por el Ciclo Vital Familiar como proceso de pérdida

Este mes volvemos a la familia desde el enfoque sistémico, con un artículo sobre el Ciclo Vital Familiar. Haciendo un guiño a la celebración que se realiza cada 15 de mayo Día Internacional de la Familia, y con los ecos del último taller sobre pérdidas en Centro Redes Murcia: Despedidas 2021 (5Ritmos y Duelo).

 

La transición por el Ciclo Vital Familiar como proceso de pérdida

Las funciones básicas de la familia permiten la identidad y protección de sus miembros, a la vez que facilitan su maduración y evolución a lo largo del tiempo.

Su naturaleza y cualidad son un determinante del modo en que cada uno de sus componentes va potenciando actitudes saludables que en sí mismas generan más opciones y amplían el tipo y número de recursos de afrontamiento a sus miembros.

Por otro lado, persistencia y cambio son fenómenos concomitantes, que se van alternando en la evolución y supervivencia de la misma y, a pesar de su naturaleza aparentemente opuesta, son interdependientes uno del otro.

Centrándonos en la función de adaptación al cambio, la familia como red social se caracteriza por encontrarse en constante evolución. Ha cambiado desde el principio de nuestra existencia hasta nuestros días, de forma coherente al cambio en nuestras necesidades globales. De igual forma, una misma familia se ve sometida a cambios constantes desde su formación hasta su disolución y camina por sucesivas etapas durante las cuales sus miembros experimentan pérdidas y adoptan comportamientos de adaptación a las mismas, es lo que se conoce como Ciclo Vital Familiar.

Algunos de estos cambios son previsibles, como el matrimonio, el nacimiento de los hijos, su emancipación, la jubilación…pero igualmente suponen un reto en la capacidad de adaptación de cada miembro y del funcionamiento global familiar y una oportunidad para el aprendizaje de dejar atrás y madurar.

El tránsito por cada etapa y la resolución de las pérdidas correspondientes, preparan para afrontar pérdidas más complejas, inesperadas y dolorosas. En cada una se da una crisis, una pérdida del estado anterior, para alcanzar un crecimiento hacia otro nuevo, desconocido hasta ahora.

Se han hecho diversas categorizaciones de las fases del ciclo vital de las familias. Todas tienen en común:

  1. Una fase de formación del sistema. Dos individuos, con sus respectivos grados de diferenciación, con sus respectivos valores, creencias e ideas sobre lo que es una familia, se unen para formar un sistema nuevo. Ambos pierden su pertenencia a su familia de origen y parte de su individualidad, para enfrentarse a la tarea de negociar reglas comunes que regulen lo que compartirán y lo que les separará o diferenciará del resto de sistemas. La pareja, el subsistema conyugal, se forma en esta fase. Ambos cónyuges se enfrentan con el reto de definir su relación, el grado de intimidad, la sexualidad, cómo y qué compartir. Este es el subsistema que más perdura a lo largo del ciclo vital y el que más frecuentemente se ve amenazado.
  2. Una fase de expansión. Aparecen nuevos miembros y nuevos subsistemas: el subsistema parental y el fraterno, cada uno de ellos con sus propias reglas de relación. Existe una jerarquía entre ellos, de tal manera que los hermanos negocian sus reglas y tienen su espacio hasta el límite que les marca el subsistema parental. Asimismo, los padres llegan a acuerdos en la crianza de los hijos y realizan sus funciones de intendencia, en la medida en que el subsistema conyugal funciona, para lo cual la pareja tiene que apañárselas para hacer posible su intimidad entre tanta tarea.
  3. Una fase de contracción. Supone la pérdida de elementos y subsistemas. El primero que suele desaparecer es el de los hermanos. Con la salida de todos los hijos desaparece también el subsistema parental. En la medida que los cónyuges hayan reelaborado su relación de pareja y renegociado sus reglas, la pérdida de funciones parentales se podrá ver sustituida por nuevas perspectivas en la ampliación del mundo personal y conyugal.

El sistema familiar se autorregula en condiciones basales, utilizando mecanismos de retroalimentación negativa, que mantienen su homeostasis, es decir su estabilidad en cuanto a reglas de relación, dinámica y estructura.

Sin embargo, como todos los sistemas vivos, la familia se ve sometida en su evolución a cambios discontinuos, que la hacen alejarse de su equilibrio y para los que las fuerzas homeostáticas no consiguen restablecerlo. En estas situaciones, definidas por Prigogine en 1945 como estructuras disipativas, los mecanismos que subyacen son de retroalimentación positiva, y las fuerzas morfogenéticas, tendentes a buscar un nuevo nivel de funcionamiento, una nueva estructura y reglas de relación, un cambio de segundo orden (3), en el que el sistema funciona con otro nivel de complejidad.

Las transiciones de una etapa a otra, son momentos de crisis, en los que los miembros de la familia tienen la clara percepción de que las reglas con que se venían manejando ya no sirven, pero aún no han surgido de ellos, otras nuevas que las reemplacen.

La mayor parte de familias, sorprendentemente, tienen éxito en ese tránsito y encuentran nuevos significados y nuevas formas de relacionarse para mantener sus funciones. En esta capacidad consiste la funcionalidad de una familia.

La transición de una a otra fase, supone para cada uno de sus miembros una pérdida del estado anterior y, en este sentido, el proceso de adaptación es similar al de superación de cualquier duelo.

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